Viaje al Sur de Italia y Grecia 2023
I.
Los preparativos
Llevábamos meses planeando el viaje de este verano.
Al principio habíamos organizado un fabuloso recorrido por los castillos del Loira, en Francia Central. Teníamos los hoteles y las rutas perfectamente definidas para conocer bien esa parte de Europa que aún no conocíamos. Todo estaba preparado cuando en Francia surgieron una serie de disturbios a raíz de la muerte de un chaval por parte de la policía que derivaron en verdaderos saqueos y guerrillas en todo el país vecino. Esto nos hizo replantearnos el viaje ya que, en vacaciones, nadie quiere líos sino disfrutar del viaje tranquilamente…
Fue entonces cuando, de repente, se nos ocurrió cambiar radicalmente de destino: Grecia.
Pero Grecia queda lejos y son necesarios muchos días para llegar. A nosotros nos gusta ir en moto, disfrutar de las carreteras, casi siempre secundarias o terciarias, y parar en los pueblos y ciudades para conocerlas y tomar algo. Por lo tanto, viajar por carretera a Grecia nos iba a llevar todas las vacaciones. Pero encontramos la solución: el ferri. Algo que nunca habíamos hecho y estaba pendiente…
Así pues, manos a la obra, diseñamos nuestra nueva ruta con MyRoute.app que funciona bastante bien y se puede exportar al Conect de BMW. Saldríamos de Valencia a Barcelona donde cogeríamos el ferri a Roma, para después cruzar Italia y coger otro ferri hasta Grecia. Lo mismo a la vuelta. Ahorrábamos muchos días, kilómetros, gasolina y dinero en comidas… por algo los camioneros usan esta opción. Aunque no imaginábamos lo coñazo que son los ferris y hasta dónde puede llegar el hartazgo y el aburrimiento viajando en este medio.
En marcha.
Como estaba previsto, el sábado por la mañana salimos rumbo a Barcelona, tranquilamente pues había tiempo. En principio cogimos a AP7 ya que el camino no tenía mayor interés, puesto que la zona la conocemos bien, y así adelantábamos algo de tiempo. A los pocos kilómetros la GoPro voló. Al parecer no había fijado bien la base al nuevo casco y la pobre no pudo resistir la fuerza del viento. Una lástima. Menos mal que no habíamos grabado más que la salida. Después Moni hizo de camerawoman y echó mano del móvil. Es complicado grabar desde una moto en marcha con el móvil. Los videos que veréis tienen mucho mérito, desde luego.
Decidimos parar en Ametlla de Mar y, en el centro del pueblo, nos comimos un plato de Ibéricos con unas fantásticas cervezas y un café para reponer fuerzas y seguir hasta Barcelona.
A Barcelona llegamos demasiado pronto. El ferri salía alas 23:59 y allí estábamos a las 17:00. Quedaban 7 horas, aunque había que entrar a la cola con dos horas de antelación. Saqué las tarjetas de embarque de los dos y de la moto y decidimos ir a buscar una gasolinera ya que en Italia la gasolina está sensiblemente más cara que en España, y dar una vuelta por Barcelona. Aunque el calor y los semáforos de la ciudad, muy mal coordinados, lo hicieron penoso y decidimos ponernos en la cola. Fuimos los primeros…
Al poco llegó Juan Recio, desde Madrid, con su fantástica R1150GS (del 2003, creo) amarilla y Raquel, su mujer, que también cogerían este ferri rumbo a Dolomitas. Él tiene mucha experiencia en viajes en moto por todo el mundo y fue un placer conocerle personalmente a él y a Raquel. Nos dio algunos consejos para nuestra inminente singladura para la que yo había reservado butaca bussiness, comida, desayuno, wifi… y nos dijo que el solo coge el ferri y punto. Ahorras un montón, la verdad y, al final, estás en cualquier sitio menos en la incómoda y fría butaca que has pagado.
Así pues, esperamos nuestro turno para embarcar durante cuatro horitas…
Comienza la aventura.
Al fin nos llaman. Unos empelados de Grimaldi, todos italianos y hablando en italiano, nos dan prisas, como si no hubiera mañana, para embarcar las motos. En ese momento ya se habían juntado mas de cien motos en la fila de embarque. Motos de todos tipo y condición. Desde Rs hasta Maxitrails, de todo había en aquél parquing… scooters, choppers, nuevas y viejas… pero todas con algo en común: moteros con ganas de viajar y disfrutar junto a ellas. Algunos viajaban en solitario, otros en pareja, con amigos, etc… pero muy buen rollo en el ambiente. Como suele pasar entre moteros. No importa quién eres; eres colega. Las conversaciones se cruzaban, las experiencias se compartían y los proyectos se hacían comunes. Este mundillo es genial.
Nos colocamos los cascos rápidamente y ponemos en marchas los motores. Empiezan los ademanes de avanzar y, sin respetar turnos, lo que estaban listos empiezan a dirigirse a la rampa del ferri para subir a bordo. El camino se estrecha hasta enfilar una pequeña rampa muy inclinada y con pinta de resbalar como no está escrito… pero no, no resbala, que nos lleva a la cubierta 5 donde algunos empleados nos señalan un sitio donde estacionar las motos para, al momento, cambiar de idea y hacernos mover las monturas hasta tres veces… un italiano se cabrea y empieza a montar el pollo en su idioma… al final, todos bien estibados, listos para que coloquen las cintas que salvaguardaran nuestras máquinas de posibles pantocazos.
Entramos al barco. Algo había leído, y todo horrible, sobre estos ferris. Pero no llega la sangre al río. No es para tanto. Es más, creo que están bien, al menos las primeras horas. Teniendo en cuenta que aquí viajan personas de toda condición y perros de todos los tamaños y los lugares para mear y cagar son limitados… es un milagro que lleguemos sin la peste a destino.
La travesía se hace larga. Larga y aburrida. Nosotros fuimos a nuestra butaca bussines, que para eso la habíamos pagado. Nos habían dado dos butacas de números consecutivos, pero filas distintas. Una butaca demasiado cerca de la de adelante. No me cabían las piernas y era imposible coger la posición para dormir. Además, hacía frío y siempre había algún pasajero dando por culo y hablando en voz alta que impedía dormir cuando casi lo habías conseguido. Luego están los niños… pero bueno.
Nos esperaban veintiuna horas de barquito. A las 5:22 me desperté y decidí darme una vuelta por la nave. Subí a la cubierta 11 donde estaba la piscina y vi amanecer. Qué maravilloso silencio, con el viento de cara y el rumor de la máquina del buque, las chimeneas escupiendo humo y algunos durmiendo en hamacas junto a los parabanes de cristal. La luz empieza a asomar por el horizonte, frente a nosotros. Estaba nublado, pero entre las nubes y el mar se vislumbraba un hilillo de luz anaranjada que prometía ser un nuevo día. Hice un par de fotos y vídeos para dar fe y volví a las cubiertas inferiores. Descubrí varios bares, una discoteca, un gimnasio, miles de camarotes entre estrechos pasillos y otras terrazas en otros niveles con otras vistas. Para ser un ferri tiene su aquel el Civitavechia, oye.
El día siguiente transcurrió aburrido entre series de Netflix que me había descargado, cervezas y paseos. En algunos paseos nos encontramos con otros moteros que habíamos conocido esperando el embarque. Coincidimos con Juan y Raquel solamente al final, cuando llegábamos a destino. Nos hicimos unas fotos preciosas al atardecer y nos las intercambiamos. Al llegar a puerto, nos indicaron por megafonía que procediéramos al desembarque. Rápidamente desenganchamos las motos, nos equipamos y procedimos. Recuerdo a Juan colocar un mapa de papel enrollado entre la cúpula y el manillar de su vieja BMW y despedirse para emprender su viaje, con una maravillosa sonrisa en su cara, junto a su chica. Días después nos envió alguna foto tomada en un idílico lugar en las fabulosas montañas de los Alpes Italianos.
Nosotros fuimos directos al hotel que habíamos reservado, a algunos kilómetros de Civitavechia, hacia el sur, en Marianella. Llegamos a las once y ya estaba todo cerrado. Así que nos fuimos a dormir en una cama “decente”. El hotel, Villa MG, no se parecía en nada a las fotos de booking. Debió ser una residencia de monjas o un antiguo retiro católico. Habitaciones pequeñas sin el más mínimo detalle, sin aire acondicionado y una tele sin mando. Para mortificarnos, supongo. Aunque no nos hizo falta. Sólo queríamos dormir. El desayuno sencillo, pero bien. Armamos nuestra moto con los pertrechos rápidamente y salimos rumbo a Pompeya.
Indiqué al navegador nuestro destino, evitando autopistas y peajes, y emprendimos nuestro primer día de ruta por Italia.
Primer día en Italia.
Las autopistas son difíciles de evitar. A veces tienes que tomarlas si o si. Pero, en cuanto podíamos, salíamos a las carreteras nacionales (SS) o secundarias (SR), mucho mas interesantes. En cuanto pasamos de Roma hacia el sur todo cambió. Era como si los conductores italianos hubieran sido poseídos por algún espíritu maligno y se hubiesen convertido en conductores suicidas. No importaban los límites de velocidad, ni las líneas continuas, aunque sean dobles, ni que otros conductores vengan de frente. Donde el límite era 70km/h la gente iba a 130km/h, donde había un solo carril la gente hacía dos, donde había doble línea continua ellos adelantaban sin ánimo de apartarse, aunque vinieran de frente otros vehículos. Todo muy de Fellini. Me recordaba a China hace 20 años. Pero no, era Italia 2023. Así que…haya donde fueres…
Disfruté como un niño conduciendo con las reglas locales. Adaptarse o morir.
Nuestra primera parada fue en un chiringuito cerca de la carretera en Mondragone para aliviar las nalgas y la sed. Rápida y eficaz. Y seguimos hasta que vimos un desvío hacia la playa que prometía satisfacer nuestra creciente hambre. Encontramos un lugar genial donde nos dieron muy bien de comer frente a la playa y donde conocimos a una Napolitana que vivía en Barcelona y que nos dio algunos consejos para los próximos días. Después seguimos nuestro camino hacia el hotel Vittoria de Pompeya.
Llegamos al hotel sobre las 18:00 y aparcamos en la misma puerta. El hotel estaba situado a los pies de la antigua Pompeya. De hecho, no habría ni 25 metros hasta la muralla. La entrada a apenas 100 metros. Mejor situado imposible. Para la noche, un paseo de diez minutos hasta la nueva Pompeya para cenar y listo. Además, el servicio super atento, la habitación muy acogedora y cómoda y el desayuno muy bien surtido. Lo recomiendo.
Y decidimos darnos ese paseo hasta la nueva Pompeya, para buscar un sitio donde cenar y estirar las piernas quemando alguna caloría… y conocer el entorno, después de una buena ducha.. Recorrimos la calle principal, llena de restaurantes y tiendas de souvenirs y muchos turistas. Como nosotros. Las ruinas estaban cerradas y todos estaban en la ciudad, como es lógico. Algunas fotos y a cenar. Elegimos el restaurante de Vincenzo Capnaro, donde nos enseñaron lo que es una pizza napolitana de verdad. Y a un precio super sorprendente. Más barato que en España. Además de un vino rosado bien fresquito, aunque en eso aún tienen que mejorar los italianos… Paseo de vuelta y a dormir.
Segundo día en Italia.
Nuestro segundo día en Italia lo dedicaríamos, por la mañana, a las ruinas de Pompeya y, por la tarde, a la costa Amalfitana, de la que tanto hablan.
Las ruinas de Pompeya son absolutamente impresionantes. Una ciudad perfectamente estructurada, como puede ser cualquier ciudad actual, con sus tiendas, panaderías, termas, teatros, casas particulares y templos, que fue enterrada viva en cenizas tras la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era. Impresiona. De verdad. Te puedes imaginar a toda aquella gente en su día a día y, de repente todo se acabó. Y los pilló en sus quehaceres, y así los encontraron. Imprescindible, desde luego, conocer Pompeya.
La costa Amalfitana te la venden como una maravilla, pero es un auténtico caos. Además del caos en las carreteras, está el caos en el mar. Apenas hay playas para disfrutas del mar y los pueblos no tienen ningún atractivo, más allá que están en acantilados escarpados. La excesiva masificación y el descontrol le quitan todo el atractivo a esta zona que esperaba mucho más interesante. Además, la gastronomía no deja de ser más de lo mismo, pero mas caro. Pasta y Pizza. Yo me lo pasé pipa, porque, ante el caos y los scooter, yo la tenía más grande… así que, hagan sitio señores!
Volvemos al hotel y, sin cenar, nos fuimos a dormir, agotados, para al día siguiente afrontar la ruta más larga del viaje. Pompeya-Brindisi por secundarias. Un buen tute.
II.
La ruta más larga.
Nos levantamos temprano. Nos habíamos quedado fritos muy pronto la noche anterior, después de algún capítulo de la Black Mirror que llevaba en la Tablet, y sin cenar. Así que el hambre también influyó. Bajamos a desayunar al salón que el hotel Vittoria tiene reservado para ello. Un buffet sencillo, pero bien surtido, en una estancia con las paredes deliberadamente desconchadas que dejaban entrever antiguas pinturas romanas, vigas de madera y otros detalles que la hacían interesante. Desayunamos copiosamente por el hambre y porque la ruta que nos esperaba era larga y no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar. En seguida subimos a terminar de hacer las maletas, armamos la moto con las bolsas auxiliares, los pulpos, etc… y a la carretera.
Salimos de Pompeya hacia Nola por la Via Nuova Saviano con la intención de tomar la SS7bis que nos llevaría hacia las carreteras que atraviesan Campania, Basilicata y Apulia, hasta llegar a Brindisi, en la costa sur del Adriático. Los primeros kilómetros fueron muy deprimentes. La verdad es que la zona, en general, es algo deprimente. Las calles están muy mal conservadas y los edificios peor. Salvo las iglesias, el resto de las construcciones denotan una falta de mantenimiento vergonzoso. Las gentes tampoco lucen demasiado bien, con aspecto desaliñado en su mayoría. Una calle recta interminable con numerosos semáforos y bastante tráfico, la mayoría conches pequeños bastante viejos y camiones de reparto. Por fin, salimos de la zona urbana para pasar por una serie de pequeños pueblos, Nola, Avella, Avellino… y finalmente, el bosque. Una zona de alta montaña que contrasta radicalmente con el paisaje anterior. Y carreteras divertidas. Ya era hora.
Durante algunos kilómetros disfrutamos de un paisaje precioso y una temperatura ideal para conducir. No molestaba la chaqueta, ni las botas ni nada. Las curvas se sucedían con buen ritmo y el tráfico era prácticamente nulo. Cuando llegamos a Lioni, el paisaje ya había cambiado radicalmente. Se parecía mucho a Castilla -La Mancha y la temperatura cambió. Las carreteras también. Se tornaron estrechas y bacheadas, con rectas interminables y cruces apenas señalizados, Pueblos secos y feos salpicaron el viaje muy de vez en cuando. Hacia las 14:00 decidimos parar en el primero que viéramos a buscar un restaurante. Pasamos algunos donde ni siquiera había un bar.
Finalmente llegamos a Gravina in Puglia y nos metimos hasta el centro, donde un amable paisano no indicó un par de buenos sitios según su criterio… acabamos en el Porta Centrale, en la Vía Giussepe Garibaldi (que está en todos los pueblos y ciudades de Italia, en realidad) junto al centro histórico de la localidad, muy interesante por cierto. Comimos muy bien. Una carne magnífica, cervecita artesana de Milán, tiramisú y probé un Amaro casero realmente potente y digestivo.
La temperatura ya pasaba de los 35ºC. Era el momento de equiparse con el chaleco refrescante que había comprado el día antes de salir de viaje en Bertolin, Valencia. Estas prendas son sorprendentemente eficaces. Rebajan la temperatura hasta 10ºC y proporcionan una sensación de frescor increíble. Así que ya no importaba demasiado el calor. Desde aquí hasta Brindisi, las carreteras fueron aburridas y tórridas y cuando llegamos a Tarento tomamos la autovía para ahorrarnos más sufrimiento. Llegamos al hotel Neptuno, estratégicamente situado junto al puerto, donde al día siguiente debíamos embarcar rumbo a Grecia. Una buena ducha y a cenar en el lungomare de Brindisi donde encontramos un ambiente típico de cualquier ciudad turística en pleno agosto y una oferta más que interesante de locales donde saciar la sed y el hambre. El pescado fresco es nuestra perdición y dimos buena cuenta de unas gambas y una escorpa a la planchaacompañada de un buen Proseco en la Peschería dei Porto. Y a dormir.
Unas de las cosas menos divertidas de este viaje han sido los tiempos de espera para embarcar al ferri y el propio viaje en barco. Tener que estar dos horas antes en una campa a pleno sol, sin una sombra, como en el caso de Brindisi es un coñazo. El embarque, una vez los empleados dan la señal, es rápido, eso si. Las motos se colocan rápidamente en su sitio, coges tus bártulos y te vas a la cubierta 10, que es donde está el bar. En este caso el viaje duraba 9 horas. Sin cobertura. Cuando avisté tierra al otro lado desconecté el modo avión de mi móvil y automáticamente me clavaron 60,5€ por roaming internacional. ¡Estábamos en Albania! Una impresiónate cordillera, los Alpes Dináricos, se veía desde la cubierta 11, donde está la terraza. Enseguida imaginé las rutas por aquellas escarpadas cumbres y sus fabulosas pistas. Tendremos que planear un viajecito por esas tierras…
Llegamos a Iguomenitsa bastante más tarde de lo previsto. Llamamos al apartamento que habíamos contratado para pasar la primera noche en Grecia y rápidamente el encargado se presentó en la puerta y nos hizo entrega del mismo. Un coqueto apartamento con un diseño un tanto particular, muy nuevo y muy limpio, con una terracita estupenda para tomar algo a la fresca o desayunar. Lo de la fresca es un decir, porque la temperatura no bajaba de los 29ºC. Dimos un paseo por la zona. Dos calles mas allá estaba el puerto, muy activo, y una buena hilera de restaurantes, pastelerías y otras tiendas, donde compramos leche y unas pastas para desayunar al día siguiente, aprovechando la cafetera que equipaba el alojamiento.
El apartamento estaba situado en un primer piso de un edificio donde hbía dos mas iguales. Al abrir la puerta te topabas con una encimero de madera donde estaba la pila del baño y los enseres de aseo. A la izquierda una cama enorme y muy cómoda y detrás de la pared de la encimera, el baño y la ducha. Mucha luz, mosquiteras en todas las ventanas y aire acondicionado. Me gustó. Una pena no poder disfrutarlo mas tiempo.
Primer día en Grecia.
Patras es la tercera ciudad de Grecia. No llega al cuarto de millón de habitantes y está formada por casa de dos o tres alturas que se extienden por la costa. Hay un puente que une el Peloponeso al continente que nos permitió llegar sin tener que dar un rodeo enorme ya que el istmo está en Corinto, en la otra punta de la península. Llevamos la ropa sucia a una lavandería y aprovechamos para conversar con los locales. Todos hablan inglés, son amables y muy educados. Y a todos les interesaba mucho de donde veníamos y les maravillaba nuestra moto. No había mucho motero por allí. Ni griegos ni extranjeros. En general me sorprendió los pocos compañeros que nos cruzamos en todo el viaje. Muy pocos. Y, la verdad, la gorda llama la atención, sobretod cuando va cargada.
Después de lavar la ropa nos fuimos a ver atardecer al castillo de Patras, que estaba cerrado. Así que seguimos por aquel parque hasta que encontramos un centro cultural con una terraza impresionante desde donde se veía el puerto, la puesta de sol, la luna creciente y los cruceros y donde nos tomamos unos mojitos buenísimos. Una cosa curiosa es que nos cobraron el vaso y al devolverlo nos lo pagaron…
Nos alojamos en un hotel un poco raro: 193 Urban Hotel. Pocas habitaciones en la primera planta mientras la planta baja y la terraza de arriba estaban destinadas a bar-restaurante con música de dj y todo. Si quieres dormir no es el sitio ideal, desde luego. Pero el agotamiento hizo su trabajo y nos quedamos fritos en seguida.
Segundo día en Grecia.
Nos despertamos con las campadas del campanario que teníamos a 10 metros, justo enfrente y a la misma altura, puesto que nuestro edifico estaba en una zona más alta que la iglesia, a las 7:00. Ya digo que para dormir el sitio no era el ideal. Nos preparamos y bajamos a montar los trastos en la moto y a desayunar en la pastelería que había enfrente, donde había aparcado a la gorda. Un capuchino y dos croasancitos y a la marcha. Rumbo a Olimpia. Atravesamos la península del Peloponeso por la zona mas escarpada, carreteras boscosas y pequeños pueblos agrícolas. Es curioso que las carreteras están salpicadas por numerosas casitas sobre un pedestal donde los locales colocan flores y fotos de parientes. Parecen pequeños altares y hay muchísimos de muchos diseños. También hay muchísimas iglesias, todas muy parecidas, cristianas ortodoxas.
Llegamos a Archea Olimpia unos kilómetros antes del sitio arqueológico de Olimpia, y paramos a tomar una cerveza en un bar muy bonito donde un paisano nos enseñó la colección de aperos de labranza y otros cachivaches que tenía el local y, además, nos invitó. Son muy amables.
El sitio de Olimpia es un timo. No queda prácticamente nada, así que pasamos sin entretenernos demasiado y seguimos hacia Kalamata. Kalamata es una ciudad costera, como Jávea o Benalmádena, aunque mas pequeña. Mas limpia que las que hasta ahora habíamos visitado, y más bulliciosa, sobre todo la zona del paseo marítimo. Nos alojamos en el Central Rooms, un fabuloso hotel de 7 habitaciones situado en un edifico de tres plantas en pleno centro y con parquin de motos justo delante. Así podía ver mi moto desde el balcón. Personal super amable que nos preparó el desayuno super copioso al día siguiente. Un poco excesivo, a nuestro entender. Dimos un paseo por la ciudad, cenamos de maravilla en el puerto con música griega en directo, que parecía un fado, y a dormir.
III.
Directos a Atenas.
El trayecto a Atenas era lago y no nos pareció que tuviera demasiado interés, más allá del de disfrutar de la conducción por las curveadas carreteras griegas. Pero no queríamos perder tiempo. Atenas prometía mucho y el tiempo es oro en estos casos. Así que cogimos directamente la autopista. Y eso debieron pensar lodos los atenienses que acaban las vacaciones ese día porque iba llenísima. Pero bueno, unas tres horas después entrabamos en la capital helena, con casi 40ºC. Recorrimos sus calles hasta el centro, donde se ubicaba nuestro apartamento.
Lux&Easy Atenas se encuentra muy cerca del meollo y es un edificio de apartamentos muy modernos con parking y todas las comodidades imaginables. Pero el barrio no tiene nada: ni bares, ni tiendas… En cualquier caso nos gustó mucho y lo recomendamos, sin dudarlo. Tomamos posesión, duchita y fuimos a comer al Lionel, donde nos recomendó la encargada del resort. Cinco minutos andando y ya estábamos en el centro de Atenas, comiendo frente a la Acrópolis y junto al Museo de la Acrópolis. Musaká, Cordero asado, vinito griego… y al museo. Siempre me ha interesado la antigua Grecia, a pesar de ser “de ciencias”, estudié con gusto Historia del Arte en su momento y el museo me encantó. Estaba deseando subir a la Acrópolis al día siguiente. Desde el museo vimos una preciosa terraza donde tomarnos un gintónic con fabulosas vistas. He de decir que fuera de España es difícil tomarse un gintónic en condiciones. Fuimos hasta allí y le expliqué al camarero cómo lo quería. A pesar de eso, me lo sirvió en un vaso de tubo, que es como lo sirven allende nuestras fronteras, en general. Pero las vistas eran impresionantes y me lo tomé sin rechistar. Y Moni su mojito. De vuelta al apartamento usamos el servicio de habitaciones y nos subieron una cena típicamente griega. Como en el camino habíamos parado en una tienda a comprar café, leche etc… aproveché para comprar ginebra y tónica y me preparé yo mismo un GT de los de verdad. Y a dormir…
La Acrópolis.
La mañana soleada y ventosa invitaba a pasear. Nos acercamos con la moto a la base del sitio arqueológico y aparcamos en un parking vigilado por cinco euros todo el día. Y subimos a ver lo que queda del origen de nuestra cultura, que impresiona realmente. Gracias al viento no sufrimos el impacto del sol que lucía con fuerza. Y, por eso, pudimos disfrutar sin sudores, de aquella maravilla, pese a los robos de ingleses y franceses que despojaron al pueblo griego, como también lo hicieron con los egipcios y otras culturas, de sus preciados tesoros.
Después bajamos a Plaka, una zona de callejuelas llenas de comercios y restaurantes e hicimos algunas compras. Rodeamos toda la acrópolis y comimos en el Zonar´s justo al lado del parking, debajo del Partenón, y volvimos a la base a hacer la siesta. Por la noche, nos vestimos de fiesta y volvimos al centro a pasear y cenar como la ocasión merecía y para estrenar el vestido griego que Mónica se había comprado y que le quedaba de miedo…
IV.
El Oráculo.
Indicamos al navegador nuestro destino después de montar todas las maletas en la moto. Subimos a la calle con el ascensor del aparcamiento, muy lento, por cierto. Y nos pusimos en marcha. Al pedirle evitar autopistas, en navegador nos llevó por el camino más largo y sinuoso hacia el oráculo. Si, nuestro destino era Delfos. El centro del universo, el ombligo del mundo, el lugar donde Hércules soltó dos águilas que dieron la vuelta al mundo y volvieron al mismo punto.
Fuimos bordeando el puerto de Pireo, con todo su tráfico pesado hasta que nos desviamos ya hacia el noroeste para tomar una carretera llena de curvas y bosques de pinos, la mayoría quemados. De hecho, una densa nube de humo negro nos amenazaba por el norte. Pero eso no era monte ardiendo… parecía más bien un fuego industrial, como de neumáticos… Pronto la dejamos atrás. Y empezamos a escalar por sinuosas carreteras al borde de escarpados precipicios, cada vez más altos.
Llegamos a Archova, un precioso pueblecito de montaña donde tomamos algunas fotos y a los pocos kilómetros pudimos ver los restos de lo que fue Delfos, el oráculo. Abajo estaba el gimnasio, con su espacio ovoide para correr, lanzar pesos o jabalinas… Al otro lado de la carretera, arriba, estaba el conjunto de templos y el teatro con unas vistas espectaculares del valle que lleva al golfo de Itea que brillaba allá al fondo al reflejo del sol. Continuamos para hacer el check in y comer en el Delfos actual, un pueblo moderno acogedor enfocado totalmente al turismo, pero sin agobios. El hotel, Kastalia Boutique Hotel, de boutique no tenía nada. Las habitaciones minimalistas, la tele no iba, y el aire acondicionado parecía una cisterna descargando sin fin… además la noche fue muy ventosa y los ruidos de las contraventanas golpeando y los cables de los tendidos silbando hicieron complicado lo de descansar esa noche.
Comimos en un pequeño local al fondo de una escalinata, medio escondido bajo una parra, donde el viejo mesonero nos atendió en medio de jocosas ironías en inglés y chapurreando un poco de español. Las dolmadas, un plato muy típico de la zona, me sorprendieron. ¡Buenísimo! Hojas de parra envolviendo un puñado de arroz o de carne bastante especiada y con una salsa riquísima. Vinito de la casa y conejo con tomate. Barato y bueno.
Por la tarde descansamos un poco y salimos paseando hacia las ruinas. Poco mas de un kilómetro con vistas espectaculares y ya con el sol en modo baja incidencia, resulto muy agradable. Vistamos cada rincón del oráculo, sus muros interminables inscritos con textos explicativos de todo aquello daban muchísima información. El anochecer mirando al valle con Itea a lo lejos, ofrecían un espectáculo fantástico.
Hacia Meteora.
Después de la ruidosa noche, salimos hacia nuestro próximo destino: Meteora. Primero bajamos hasta Itea por un puerto de montaña con curvas de 360º muy empinadas que despertaron rápidamente todos los sentidos. Después cruzamos hacia el más Egéo hasta Lamia, una ciudad grande donde el tráfico se intensificó y el calor apretó. Paramos a tomar un helado después de subir un puerto de curvas amplias y rápidas, con carril para vehículos lentos en el que disfruté como un niño tocando estribera. La verdad es que la gorda, cargada a tope y con dos personas se comportó como una campeona. Ni un solo extraño, a pesar de que el asfalto no era ideal. Me puse el chaleco refrescante y a seguir, hasta Kalampaka. Aquí empezamos a ver moteros italianos y alemanes. Por fín algo de ambiente.
Antes de ir al hotel Meteoritis, paramos a comer en un asador a pie de carretera donde había aparcadas unas cuantas motos. Nada interesante que resaltar de este lugar, gastronómicamente hablando. El hotel, sin embargo, era muy acogedor. Un conjunto de pequeños edificios, elegantes y bien decorados, auque la habitación era bien sencilla y la cama muy baja para mi gusto. Pero todas las habitaciones disponían de una terraza con vistas muy útil. Descargamos, nos duchamos y nos fuimos a ver los monasterios.
Meteora no consta en la mitología griega. A pesar de haber indicios de haber estado habitada desde hace 50.000 años, no hay nada escrito sobre la zona hasta el siglo X, cuando los primeros monjes ortodoxos fueron a retirarse en las cuevas que salpican las peñas del lugar. Un lugar con una orografía particular, surgida del fondo del mar hace millones de años y que confiere al entorno una apariencia fantástica. No en vano ha sido utilizado en numerosas películas como escenario. Los monjes poco a poco fueron tomando posesión de aquellas montañas y fueron construyendo monasterios en lugares inverosímiles, en lo alto de las formaciones rocosas, donde retirarse y meditar. Asusta pensar como subieron los materiales para construir aquello y quién fue el guapo que lo hizo.
Después de recorrer los monasterios encontramos el sitio ideal para ver atardecer. Al principio estábamos solos, pero poco a poco el lugar se llenó de gente. Nosotros no nos movimos de nuestra privilegiada atalaya hasta que el sol desapareció. La temperatura y la brisa, además, acompañaron unos momentos realmente románticos. después a cenar y a dormir.
De vuelta a Iguomenitsa.
Nos espera un buen trecho hasta el puerto de Iguomenitsa. Creíamos que nuestro barco zarpaba a las 1:00 de esa noche. Pero entonces caímos en que el barco ya había zarpado. ¡Esa noche era la madrugada del día 24! Lo habíamos perdido y tendíamos que buscar otra forma de volver a casa.
Como de esto nos percatamos a la hora de comer, salimos de Meteora tranquilamente, tomando, como siempre, el camino más sinuoso y escarpado. De hecho, no nos cruzamos con prácticamente nadie en toda aquella carretera abandonada y muy mal conservada mientras la gorda me decía que repostara a la mayor brevedad. La verdad es que en Grecia hay gasolineras en todas partes, por eso me confié. Pero en esa carretera no había nada. Finalmente, un pueblito con su gasolinera y su cafetería. Nunca había cabido tanto en el depósito.
Seguimos nuestro camino cuando vimos a lo lejos un lago. Y, como no, nos desviamos para verlo. Ioannina es una localidad fortificada a los pies del lago que lleva su nombre y donde paramos a comer. Y entonces fue cuando nos percatamos de que habíamos perdido el barco. Encima, empezó a llover. Aunque no fue muy importante, nos mojamos un poco a coger la autopista, donde cayó un buen chaparrón.
Al llegar a puerto, una cola de órdago nos esperaba. Mucha gente queriendo salir del país y nosotros sin reserva. Finalmente cogimos un barco que salía a las 21:00 y nos llevaría a Ancona, mucho más al norte que Brindisi. La idea me pareció genial porque ahorrábamos mucho tiempo y muchos kilómetros de secarral. Pero los trescientos euros fuera del presupuesto no me gustaron tanto… Es lo que tiene despistarse… Veintidós horas después llegamos a Italia.
V.
De vuelta a Italia.
Si los ferris son, por lo general, un coñazo, este lo era mucho más. Iba a tope. Todo el pasaje vendido y las bodegas llenas de vehículos. Camiones, coches, caravanas, motos… a tope. Como este barco es más pequeño, todo el pasaje se concentraba en el salón de proa, salvo los que tenían camarote, claro, y los camioneros, como no tenían que conducir al día siguiente, aprovecharon para beber más de la cuenta. A algunos la bebida no les sienta muy bien y empezaron a hablar a gritos y a molestar al resto de los pasajeros. Algunos bebés empezaron a llorar, la gente a protestar y ellos sin hacer caso, cada vez peor. El de seguridad, un chaval con poca autoridad intentó apaciguarlos, pero aquellos armarios roperos húngaros y rumanos se descojonaban de él. Cuando ya estaban cansados, se fueron a sus camarotes y no los volvimos a ver hasta la hora de desembarcar.
Ancona es una ciudad muy bonita, pequeña y acogedora con un puerto con bastante tráfico. Desembarcamos y nos dirigimos al hotel que había reservado a unos 150 kilómetros en el centro de los Apeninos. Gualdo Tadino era nuestro próximo destino y, aunque el GPS tardó en adquirir señal, pronto tuvimos marcado el camino mientras anochecía. Al llegar al pueblo, el navegador nos hizo dar varias vueltas por intrincadas callejuelas, algunas sin salida, lo que provocó que algunos vecinos se asomaran a sus ventanas ante el inhabitual estruendo de la gorda. Finalmente llegamos al Gigiotto, nuestro alojamiento y, sin descargar la moto siquiera, nos sentamos a cenar en un restaurante que vimos en la plaza del pueblo, Insólito, donde comimos muy bien mientras nos ofrecían música en directo. Al llegar a la habitación caímos rendidos de inmediato.
Al día siguiente desayunamos y volvimos a la ruta, rumbo a Civitavechia, atravesando las montañas que recorren Italia y sus pueblecitos, todos preciosos. Me encanta este país, sobre todo de Roma hacia arriba. Pueblos de casa de piedra apelotonadas sobre una colina que se divisa desde lejos, con sus iglesias medievales, sus termas, sus callejuelas adoquinadas y sus simpáticas gentes. Paramos en Orte desviándonos de la general para volver a una secundaria donde estiramos las piernas y tomamos una rica cerveza sarda sin filtrar. Y seguimos hasta el puerto de Roma para obtener las tarjetas de embarque en un instante y visitar la ciudad de Civitavechia. UN paseo por el lungomare y un tentempié en un chiringuito, algunas fotos y mas paseo… luego al puerto de nuevo, para embarcar de vuelta a casa.
Y así finaliza un viaje muy intenso, agotador y divertido, donde hemos conocido una parte de Europa nueva para nosotros.
Fin.